viernes, 23 de octubre de 2020

OTRA CASA QUE SE FUE.


El Primer día de la cuarentena en Buenos Aires, salí a comprar comestibles.

En mi recorrido de la quesería al supermercado, doblé por 33, como familiarmente le decimos los vecinos a la calle Treinta y tres orientales y, vi que la vieja casa donde hace años funcionó una vinería, estaba tapiada, pesaba sobre ella la sentencia de muerte.

 


 

Tantos recuerdos me invadieron, sobre ésta y la inmediata con esquina sobre el pasaje Bidegain, que a pesar del temor al contagio, incumpliendo las recomendaciones que me diera mi amiga Estela cuando nos llegó el primer caso de Covid 19, le tomé con el celular las que intuí serían sus últimas fotos.

El lunes 19 de octubre volví a pasar, la habían demolido. La tercera casa del barrio que desaparece en tiempos en que estaban prohibidas las tareas de la albañilería.

Mi marido y yo descubrimos la vinería hará unos 32 años algo después de mudamos a Boedo.

La atendía un matrimonio de gallegos que andarían por la cincuenta larga.

Ambos circunspectos. Ella, una mujer alta, sargentona, corpulenta. Él áspero, más bajo que su esposa, vigoroso, de rostro cuadrado, refunfuñador crónico .

De vez en cuando, aparecía una señora mayor, una empleada que se servía de los modales de sus patrones, aunque menos cerril.

Un día me animé a preguntarle  al hombre de qué lugar de Galicia era.

-¿Para qué le voy a decir, si no lo va a conocer?- me quedé esperando la respuesta sin pestañar-  Nací en Ribadavia. Ve que no le dice nada.-

-Donde está la judería-  Me miró intrigado

-¿Cómo sabe eso?

-Porque parte de la familia paterna de mi marido era de Osebe-

No vaya a creerse que por la vecindad ancestral se endulzó.

A la bodeguita no la mimaban. El local era antiguo, austero, con la pintura de cuando se inauguró el edificio en 1903.

A mí me encantaba ir a comprar a ese sitio tan hosco, por el escaloncito de la entrada. ¡Hay esos umbrales gastados de las tiendas donde algo del tiempo se detuvo, cuánto me gustan!

  



Rehén de esa locura porteña de añorar lo no conocido, ya iba embrujada por los respiraderos del sótano, fabricados en  un hierro que todo lo había resistido; los azulejos verdaderamente antiguos de los alfeizares. Apoyaba el pie en el escaloncito de mármol y podía imaginarme el almacén que había inaugurado el local. Los anaqueles de madera, los frascos de aceitunas, los jamones colgando de un caño, los mostradores blancos con los quesos tendado paladares.  Por una fracción de segundo viajaba en el tiempo.

Un buen día la vinería cerró, como era de esperar sin despedirse de sus clientes. 

Ya casi nos habíamos olvidado de los bodegueros, cuando un día entramos a una dietética en Estados Unidos casi Boedo, y ¡Oh sorpresa!, ahí estaba el matrimonio y la empleada, convertidos en los comerciantes más amables.

Casi nos abrazan en el reencuentro y a medida que se repetían las compras, cada vez charlaban más, que si Ribadavia, que si Osebe, que A Coruña, que si la calle soleada no podía estar más bonita.

Se movían entre las nueces, los dulces dietéticos y todo ese reino de la buena salud, con la gracia de un Julio Boca en el escenario del Colón, les faltaba la varita de un hada, para ir regalando dones, tanto era su contento.

Ahí nos dimos cuenta, que vender vino les avinagraba la vida.

Finalmente abandonaron esa mina de oro para mudarse a una ciudad de la costa, donde espero que estén muy felices. Porque al fín y al cabo, nos cayeron simpáticos.

Cuento toda esta historia, porque creo que los edificios son poco sin la gesta de sus habitantes y la red de relaciones vecinales que provocan.

 

Si volvemos al urbanismo, salta a la vista que a la pobre casa de estilo italianizante, le hicieron reformas muy próximas al crimen. El más grave, fue el reemplazo de la puerta original, que debió ser de rejas de forja, por una puertita de madera muy linda para un  chalet.  Nos dejaron como testimonio la moldura que enmarcaba la entrada original, se lo rellenó para colocar el marco de la puertita que es apenas la mitad de la que se colocó con sabiduría en 1903.

 

                                   CATASTRO 33 ORIENTALES  944   - 31 OCT 1997

Lo dije antes, 1903. La fecha en que fue construida desafiaba el tiempo,  grabada con orgullo en un escudo decorativo,  enmarcado en un rectángulo sobre el dintel de la desaparecida puerta.

 


 

Tenemos un frente austero en su ornamentación, que sin embargo comienza a agregar detalles que el comitente bajo la influencia de la moda, requería a su constructor. Se percibe, en el arco que coronaba  la puerta y que se repite dos veces sobre la entrada al local -que está muy definida- como remates de otras tantas ventanas inexistentes. 

 


 

Se encuentra también en las pilastras, cuyos capiteles encierran un bello rostro de mujer; 

 


en las seis ménsulas, ornamentadas con motivos vegetales y florales, que terminan en forma de corazón. 

 


 

También en la hilera de modillones que recorren el frente.  

 


La línea de la azotea, como es de esperar forma una balaustrada. A esta altura, las rejas para esta finalidad estaban cayendo en desgracia.

 


 En el correr de los años, la fachada fue cambiando de color. Por suerte Catastro, remedia nuestra memoria.


                                                      CATASTRO - 33 ORIENTALES 944 - 04 ABRIL 2007

 Ojalá no levanten un edificio de muchos pisos. Aunque el solar, de la forma en que se  los exprimen hoy, con sus 8,66 por 32,10 metros lo permita.

Adios vieja casita. Otro saqueo a la identidad de nuestro barrio. 

 


 

© Ana di Cesare

*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
Mis fotos fueron tomadas el 20 de marzo del 2020.

 23 de octubre de 2020 ( en el año de la Pandemia)

 

 


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